En nombre de Alah el Clemente el Misericordioso
J.H. Denison dijo:
“En los siglos quinto y sexto, el mundo civilizado estaba parado sobre el borde del caos. Las viejas
culturas emocionales que habían hecho posible la civilización, ya que le había dado al hombre el
sentido de unidad y reverencia hacia sus gobernantes, se habían desmoronado y no se había
encontrado nada que las reemplazara. Entonces parecía que la gran civilización que había
tardado miles de años en crearse estaba a punto de desintegrarse, y que la humanidad volvería
probablemente a una condición de barbarie donde cada tribu o secta estaba enfrentada con otra,
y donde no se conocían la ley y el orden. Fue una época cargada de tragedia.
La civilización, como si fuera un árbol gigante cuyo follaje hubiera cubierto todo el mundo, y cuyas ramas hubieran dado los preciados frutos del arte, de la ciencia y de la literatura, se mantenía erguida pero tambaleante… con su centro podrido. ¿Había alguna cultura emocional que pudiera volver a unir a la humanidad y así salvar a la civilización? Fue entre esta gente que un hombre, Muhammad, nació para unir al mundo conocido del este y del sur”.
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